Puente sobre el arroyo Fuentidueña

Para comenzar a comprender estos tres municipios debemos empezar por el origen de su nombre. La toponimia de los tres pueblos tiene como punto común los árboles. En el caso de El Boalo se cree que su nombre deriva del topónimo “boalaje” que hace referencia a Dehesa Boyal o dehesa de bueyes. Por su parte, Cerceda probablemente derive del término latino “quercetum” que podríamos traducirlo como encinar o lugar poblado de encinas. Mataelpino debe su nombre a “mata de pinos” que hace referencia al pequeño pinar que se encontraron los primeros pobladores del municipio.

El origen de estos tres municipios se sitúa en la Reconquista, cuando los pastores segovianos buscando pasto para su ganado se asentaron en estas tierras (hay que tener en cuenta que estamos en la ladera sur).
Durante la Edad Media tuvo sus disputas para saber si estos territorios se adjudicaban al Concejo de Segovia o Madrid. Alfonso X El Sabio lo incorpora a la corona, junto a otras 20 localidades, por lo que pasa a denominarse El Real de Manzanares. Estas tierras del Real de Manzanares pasan de unas manos a otras hasta que, en el siglo XIV se ceden estos territorios a la familia Mendoza y, en herencia, al Marqués de Santillana (Iñigo López de Mendoza).
La primera mención que se conoce de El Boalo es en una “serranilla” (composición lírica española) del Marqués de Santillana. En el año 1833 España se divide en provincias y todos los municipios que formaban parte del Real de Manzanares pasan a formar parte de Madrid. La fusión de los tres municipios se produjo en el siglo XIX pero no se conoce ciertamente la fecha exacta. En esta época la población no superaba las 30 casas entre los tres municipios y hoy en día rondan las 7500 personas censadas.

En nuestro municipio existen varios ejemplos de puentes cuya construcción está marcada por la tradición cantera, en las que las lanchas de granito se colocaban desde una margen a la otra, para atravesar el arroyo, en este caso, el arroyo de Navacerrada. Este tipo de construcción nos dan idea de lo duro que era el oficio de cantero que trabajaban sin medios mecánicos, tanto para su extracción como para el transporte de los materiales.

Si seguimos el camino en dirección a Manzanares el Real, pasada la zona recreativa, nos encontraremos, a nuestra derecha, con un muro de piedra seca en el que podremos observar en su parte inferior lo que se llamaban desaguaderos para permitir el paso del agua y evitar su encharcamiento. Si el viajante desea continuar por el camino podrá observar un bosque de árboles de ribera como chopos y álamos de gran tamaño que nos proporcionarán un paseo agradable y que nos permitirá observar, en la ladera derecha, los restos de un antiguo horno de cal. Este horno se construyó en el siglo XVI para abastecer de cal a la construcción del Monasterio de El Escorial. En él se cocía caliza procedente de la cercana “gruta de la calera”. Durante mucho tiempo la cal fue un material indispensable para la construcción ya que se usaba como mortero antes de la aparición del cemento. El proceso de cocción de la cal era complejo y delicado. Podía durar una o dos semanas y durante ese tiempo era necesario hacer turnos las 24 horas del día para vigilar la hornada y alimentar el fuego”.